Esta raíz ya la conocía Teofrasto en el año
400 antes de nuestra era. Plinio incluía
hasta 12 tipos diferentes en la categoría de rapa y napus.
Esta hortaliza está un poco olvidada ya que
ha sido desplazada por las patatas.
Ahora bien, se trata de una hortaliza consumida por la humanidad desde
la prehistoria. Tanto el sabor como el
aroma que desprende durante la cocción resultan deliciosos.
Tanto las hojas como las raíces son ricas en
calcio, por lo que se recomiendan para contribuir al desarrollo de los
niños. Los nabos tienen propiedades
antiescorbúticas, diuréticas, laxantes, pectorales y refrescantes. Contienen buenas dosis de vitaminas A, B5, B6, C y PP.
Y entre su contenido mineral hallamos azufre, calcio, cobre, fósforo,
hierro, magnesio, potasio, yodo y cinc.
Están buenos crudos, rallados, en ensalada;
aunque lo más habitual es incorporarlos a potajes, pucheros, cocidos y demás
guisos populares. Degustar unos nabos al
horno en bechamel y gratinados, o en estofado o puré, es toda una sorpresa para
el paladar.
Incluirlos para hacer un caldo o para hervir
unas legumbres y después se pueden incorporar triturados para espesar y dar
sabor al caldo o las legumbres.
Nabos glaseados
Limpia los nabos en agua fría y córtalos en dados
de 1 cm., o en tiras lo más finas posibles. Sumergirlos en agua hirviendo durante 3
minutos. Escurrir. Calienta aceite
abundante en una sartén añade los nabos espolvoreados con un poco azúcar y se
fríen a fuego fuerte hasta que caramelicen.
Si somos algo reacios a tomar azúcar
caramelizada, también los podemos simplemente freír como si fueran patatas y
usarlos como guarnición.
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